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Cuando pibe, mi mayor orgullo era ganarme la confianza del colectivero y lograr que me permitiera viajar en el pozo formado por los escalones de la puerta delantera izquierda, recoveco que ya no existe. Eso implicaba un orgullo y derivaba en un respeto que los compañeros de colegio no tardaban en tributar. Era como ponerse los pantalones largos sin humillarse, sin esperar a que los pelos de las piernas lo avergonzaran a uno. Llegar a la esquina y ver pasar al 7 de la 68 era uno de los consuelos que los dioses barriales tenían para nosotrosLlegar a la esquina y ver pasar al 7 de la 68 era uno de los consuelos que los dioses barriales tenían para nosotros. Era un Chevrolet '46 con carrocería "La Unión". En el medio del gran espejo de marco nacarado que había del lado de adentro, sobre el parabrisas, una figura grabada o esmerilada en el reverso remedaba el escudo nacional: el óvalo de laureles era un óvalo de eslabones; la cadena circundaba una alegoría encabezada por la leyenda "Carrocerías La Unión SRL"; en primer plano, dos manos se estrechaban; detrás, un martillo, un destornillador y otra herramienta fina y larga, dispuestas en abanico, estaban unidas por un moño hecho con una cinta argentina cuyas puntas caías a ambos lados, con la generosidad tradicional de nuestras fértiles pampas. Debajo, un yunque no muy feliz en su diseño rubricaba el cuadro alusivo y lo separaba de la leyenda comercial ubicada en el polo opuesto de la primera. Cito de memoria: "Pasaje Rumania 2727. TE. 50-7774". Por comodidad le decimos "mi época" a ese ayer nomás que se va escapando del corral de los recuerdos orales para ganar el monte del olvido. O, en el mejor de los casos, para refugiarse en algún libro que excepcionalmente alguien le dedicará a las costumbres modestas que parecen no influir en la historia grande: salir en piyama a la vereda, sentarse al revés en la silla de paja y tomar mate mientras se enhebran dichos pavos y opiniones sobre cualquier cosa comprada en almacenes con despacho de bebidas. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial vinieron los refugiados y se sumaron al trabajo. Los primeros en desembarcar pudieron ver, cubriendo la avenida 9 de Julio, la imponente concentración de colectivos y ómnibus de la Corporación recuperados para el servicio gracias a la llegada de repuestos y neumáticos. La nafta volvía a correr por las mangueras de los surtidores, superado el racionamiento, y colectivos particulares (es decir, los que habían conseguido salvarse de las expropiaciones legales implantadas para crear esa Corporación) ostentaban el orgullo de sus dueños, que habían ganado sobre la hora la guerra urbana que se había desatado con la promulgación de la Ley Nº12.311, que creaba la Corporación de Transportes de la Ciudad de Buenos Aires â??CTCBAâ?? y establecía la expropiación de los colectivos. Huelgas, persecuciones, allanamientos, fugas. Hubo de todo, y siempre con los colectivos y sus dueños como protagonistas.Las unidades que caían en manos de la Corporación perdían adornos, filetes y toda nota que las distinguiera del montón. En pocas palabras, perdían su personalidad. Los coches que se salvaban, en cambio, eran objeto de toda clase de mimos por parte de sus propietarios. Y se buscaba acentuar el contraste con las "albóndigas" de la CTCBA. Lo ideal habría sido dotarlos de mayor confort, pero no existían ni el aire acondicionado ni la suspensión neumática. El mero hecho de que funcionaran en medio de las privaciones impuestas por la guerra ya los convertía en diferenciales. Sin embargo, los particulares, como los llamaba todo el mundo, convirtieron su independencia en blasón, y demostraron su orgullo a través del filete y el ornamento. Además, hicieron lo imposible para que los vehículos no dejaran al público en la calle. El pago a la solidaridad de los usuarios frente al atropello de las expropiaciones (habían hecho asambleas vecinales en cines y sociedades de fomento) llegó a reflejarse en una voluntaria rebaja del boleto. En fin, otros tiempos...Con los repuestos también llegaron los chasis nuevos. Como consecuencia inmediata, se abrieron nuevas fábricas de carrocerías. Y cada unidad que se ponía en servicio debía hacerlo con toda la ornamentación que, tácita o explícitamente, exigía la empresa, cuya comisión directiva estaba formada por los componentes. Porque â??hoy se hace imprescindible recordarloâ?? las líneas eran administradas por los componentes. Y para ser componente había que tener al menos parte de un coche. Eran ajenos a la empresa los choferes o peones. La responsabilidad por el aspecto de los coches era de sus dueños. Y se ponían de acuerdo para hacer de la línea algo digno.Por supuesto, había quienes no adherían a este afán ornamental y eran considerados patasucias. Esa dejadez solía quedar compensada por la actitud de los peones que retribuían la confianza de sus patrones (que, por ejemplo, los dejaban salir con la familia en el coche cuando a éste le tocaba descanso) costeando de su propio bolsillo algún farolito, alguna cinta. La bonanza que se vivía en el país, el aporte del espíritu estético de los italianos refugiados, la prolongación de los recorridos para servir a nuevos barrios de viviendas populares... Todo eso contribuyó al auge del colectivo. Era un negocio rentable, y en torno de él crecieron industrias afines. Todo convidaba a celebrar y la ornamentación colectivera fue como un brindis. Puro chicheCuando estaba en la secundaria hice, en perspectiva, un dibujo del cual estaba muy orgulloso. Era un colectivo inspirado en aquel (para mí) memorable 7 de la 68, al que ya aludí. Usando más la goma que el lápiz, me adentré en ese ámbito de líneas de fuga con la intrepidez de un explorador que busca las fuentes del Nilo. Y a ese conjunto de trazos remendados lo transformé en soporte de todo lo que simbolizaba el colectivo. Le hice filetes, muchos filetes. Y una antena larga y finita con cintas que ondulaban en la punta. Y dos buscahuellas (uno de cada lado, cromados). Y rompenieblas amarillos con viseritas cromadas a cada costado de la parrilla.Tenía unas guías luminosas que se balanceaban sostenidas por un resorte en el extremo inferior, sujetas al borde del guardabarros delantero. Además, tenía una gran defensa cromada (no tan grande como las de los años 60, que finalmente fueron prohibidas). Tenía, por supuesto, la gran visera sobre el parabrisas. Para proteger al chofer del sol y también para proteger el revestimiento nacarado o el lustre del tablero. Pero sobre todo para compadrear.Supuestamente estaba pintado en los Talleres Pantaleón, de la avenida Forest 399, cuyo fileteador era el célebre Caruso, propietario de una Siambretta toda fileteada, según se comentaba. No alcancé a conocerlo ni a él ni a su motoneta fetiche, pero tengo acá grabados sus filetes. Filetes, entonces, de Caruso en el Chivo 46. Y baberos pintados de celeste y blanco. Las dos patentes traseras, una de Capital y otra de provincia (porque la 68 circulaba por ambas jurisdicciones) iban alojadas en un nicho, cada una iluminada por un farolito que llevaba incorporada la luz roja. En cuanto a las chapas delanteras, estaban sujetas por un marco de hierro cromado. Sigamos. Una cinta argentina formaba una "V" en el frente, cruzando el capot. El vértice estaba anudado al ornamento principal, el que iba en el centro del capot, bien adelante. Que podía ser un pájaro de imponentes alas, una mujer alada o un primitivo cohete, en la ingenua visión del futuro de la época. Y los extremos de la gran cinta iban atados en cada uno de los soportes que había a ambos lados de la visera. En los extremos de las guías luminosas que oscilaban en los guardabarros solía haber un manojo de cintas de distintos colores. Los dientes de la parrilla iban cromados, y el canto de cada uno solía pintarse con esmalte rojo. A eso hay que agregarle dos farolitos colorados ubicados detrás de la parrilla, ocultos.Era un tiempo de transición, y la mayoría de los colectivos no usaban esas tazas ranuradas que cubrían toda la llanta, y que se conocieron cuando llegaron unos ómnibus MAN que las traían. Las llantas fueron siempre dominio exclusivo del filete, pero ciertos botes de posguerra popularizaron las tazas con escudo nobiliario. Hubo una versión colectivera de ellas, que tapaba solamente las tuercas del centro de la rueda. Iban cromadas, con el escudo dorado. A veces no bastaba con pintar las cubiertas de blanco. (Todavía no existían los bandalines).Los autos podían llevar cubiertas con banda blanca incorporada, es decir, cubiertas bicolores. Pero los colectiveros tenían que tomarse el trabajo de pintarlas y para eso había una pintura especial, fabricada con caucho. Pero, como decía, a veces no bastaba, porque algunos pintaban con otro color (dorado, por ejemplo) las inscripciones que la cubierta traía en relieve, como la marca y la medida. Como todavía se viajaba mal, era frecuente que los colectivos circularan con pasajeros colgados del estribo. A veces sólo quedaba lugar para poner un pie, el izquierdo. ¿Dónde afirmar el derecho? En el lomo del guardabarros delantero, por cierto. Y no se trataba de un acto de vandalismo, como la actitud de poner los pies sobre el asiento enfrentado, algo que suele verse hoy en los trenes. Era una cuestión de vida o muerte. (Livio Capellari, fundador de "Carrocerías El Cóndor", lo tenía muy en cuenta: decía que, de todos los pasamanos de un colectivo, el que debía estar mejor atornillado era el de entrada, ubicado en el marco de la puerta, porque de él dependía la vida del pasajero).A algún fabricante de accesorios se le ocurrió diseñar y hacer fundir una pieza de aluminio pulido de forma triangular y con estrías antideslizantes. Un orificio en cada vértice del triángulo permitía atornillarla al guardabarros en una ubicación tal que pudiera ser usada para apoyar ese pie derecho que hemos aguantado en el aire desde el principio de esta descripción. Y para terminar con esto de las pisaderas suplementarias, no olvidemos el pequeño estribo ubicado a media altura, atornillado mitad en el guardabarros delantero y mitad en la carrocería. Cumplía el mismo fin: ofrecerle al pasajero colgado un punto de apoyo para el pie libre. En materia de baguetas, los ornamentadores las copiaban de los autos. En los comienzos de los años 40 aparecieron a lo largo de los guardabarros de los coches, sobre el lomo. Los colectiveros los copiaron y los pusieron en los Chevrolet '46 y en los Sapos, y también en los Ford del 46 y 47. O en los menos frecuentes Studebaker, Dodge y Fargo. Otro ornamento fue contagiado del auto al colectivo. Era una pieza de bronce cromado, alargada, de unos cincuenta centímetros de longitud por dos de grosor, con estrías transversales y un "ojo de gato" en el extremo que apuntaba hacia delante y ciega en la punta opuesta. Había sido pensada para el lomo del guardabarros delantero del auto Chevrolet '51. Que, como se recordará, vino en bandada durante el primer gobierno peronista para renovar la flota de taxis. Lo mismo pasó después con el Mercedes Benz 170, cuya característica estrella causó furor. Aunque no tanto como el que padecieron los dueños de colectivos Bedford 1950, que fueron modificados en masa sacándoles toda la trompa afuera (eran medio ñatos) y disfrazándolos de Mercedes. Esto, que hoy bien puede calificarse como una tilinguería, formaba parte de los cánones de elegancia en aquel entonces. Gardel y Mick Jagger Eran tiempos en que taxistas y colectiveros no constituían, como ahora, versiones actualizadas de Montescos y Capuletos. Frecuentemente un peón de taxi pasaba una temporada al volante de un colectivo y viceversa. Alguna costumbre llegó al colectivo de la mano de los tacheros. Por ejemplo, manejar de coté, es decir, apoyando el costado derecho de la espalda en el asiento y el izquierdo en el canto de la puerta del mismo lado, que casi siempre se llevaba abierta, lo mismo que la de la derecha. Tenemos, entonces, una actitud, una postura que revelaba al compadrito. Es decir, a la segunda generación de colectiveros. Porque a aquellos gallegos y portugueses que se lanzaron a hacer colectivo con sus taxis, impulsados por una de las tantas crisis, no se les habría ocurrido gastar un solo peso en adornar sus unidades. Sus hijos, en cambio, necesitaban acondicionar el colectivo para sentirse cómodos. Y como no sabían que algún día existiría un Charly García, eran tangueros. Ellos impusieron el ícono máximo de la ornamentación colectivera: la foto de Gardel. Que permanecería durante años presidiendo el altar rodante y pagano desde su mejor ubicación, sobre la puerta izquierda. Como el amigote del pozo, que no siempre estaba, o como el ángel guardián. Y uno de los símbolos más populares de los 60 y 70 fue Mick Jagger. O, mejor dicho, la lengua y los labios que identifican a los Rolling Stones. El Mudo enmudeció ante El Bocón. A esta altura ya hemos subido al colectivo. Ubicados en el segundo asiento, para tomar distancia, como quien aprecia un cuadro, podemos ver algunos detalles. Lo primero que llama la atención es el gran espejo ubicado arriba y adelante, entre el borde superior del parabrisas y el techo. Le permite al conductor algo más que observar el tránsito. En realidad, se controla la calle por los retrovisores que generalmente están afuera, como orejas alertas, fijos a la parte delantera del marco de ambas puertas. Este espejo interior, en cambio, fue adoptado para controlar mejor: era necesario memorizar dónde había subido cada pasajero para poder cobrarle lo justo cuando bajara. Porque en sus comienzos no se pagaba boleto. Era lógico que el colectivo conservara una modalidad de su padre, el taxi, donde se cobraba al bajar. El boleto se hizo imprescindible para controlar a los choferes, cuando las ganancias permitieron la formación de las primeras tropas. Porque el dinero da poder pero no ubicuidad y un solo hombre no podía manejar más de un colectivo al mismo tiempo. Pero volvamos al tema específico del espejo. Solía tener un marco de madera lustrada que en los primeros tiempos estuvo a la vista, y luego quedó oculta con la moda del nacarado. El borde externo llevaba un festón cuyas ondulaciones variaban según la marca de la carrocería. Cada carrocera buscaba distinguirse de las demás. Hoy, cuando se encuentra una unidad antigua carente de leyendas que posibiliten la identificación, es posible reconocer la carrocería y diferenciarla de otra por ciertos detalles que contribuyen a la ornamentación. Una es la forma en general; otra, las molduras que integran la franja central que bordea toda la carrocería; una tercera, el espejo... si todavía existe. Aunque también hubo carroceros, como Fortunato Francone ("Carrocero de lujo", pregonaba), que no usaban marco de madera. Directamente el borde del espejo era ondeado. Este espejo era ámbito de diversos adornos. El más notorio era una cinta, generalmente celeste y blanca, que evocaba a la que se usaba por afuera en el frente, en forma de "V". La cinta interior colgaba a los costados, sujeta con chinches, y anudada en el medio a la mariposa o el tornillo que sujetaba el espejo (que era rebatible) en su lugar. [...]Un ornamento que fue sinónimo de lujo era el florerito fino, ahusado, fijado al parante central del parabrisas. Y si se asociaba con el lujo es porque era característico de las limusinasNacarado y zapatito Una característica de los años 40 fue el nacarado que campeaba en todas sus variantes de colores y motivos. Era infaltable en el volante, y en algunas líneas aún lo es. Otro sitio del que no se lo pudo desplazar desde los años 50 es el marco de madera del espejo, a tal punto que sólo abandonó ese sitio cuando desaparecieron esos grandes espejos.Un detalle: en los últimos tiempos ese nacarado era siempre blanco. En los tiempos de furor se nacaraban las perillas de los mecanismos de abrir y cerrar las puertas, el tablero, los monederos y los pasamanos adyacentes al lugar de manejo, incluyendo los ubicados en el marco de las puertas. Aún hoy se ven volantes nacarados que exhiben tiras cortadas con tijera dentada. El centro del volante, donde tradicionalmente está el botón de la bocina, iba nacarado de un color distinto al del aro y los rayos. Un ornamento que fue sinónimo de lujo era el florerito fino, ahusado, fijado al parante central del parabrisas. Y si se asociaba con el lujo es porque era característico de las limusinas. Precisamente, una de las diferencias que marcan las distintas épocas en materia de ornamentación colectivera radica en que hoy la inspiración se busca en los coches de carrera (en los volantes deportivos, por ejemplo), y antes el modelo eran los coches de lujo. Esto se ve en un objeto que se mantuvo en el tope del ranking durante décadas: un aro cromado que se sujetaba a los rayos del volante con unas abrazaderas. Si se presionaba el aro en cualquier punto de su circunferencia, el centro bajaba y tocaba la bocina. Y esto era una de las novedades que traían los coches llegando los años 40.El culto a la madre se rendía en muchos detalles, pero el que se convirtió en símbolo de fetiche colectivero fue el que las aludía a través de su producto más frecuente y natural: los bebés. El zapatito (generalmente una "guillermina"), blanco o marrón, se balanceaba ante la vista del conductor y hacía juego con el chupete. Pero vayamos al otro extremo de la vida... La calavera era, lógicamente, de color hueso. Una luz, generalmente roja, se encendía con el pedal de freno. Que también podía iluminar la perilla de la palanca de cambios, que solía ser un dado. (En los años 60 he visto â??¡cómo me gustaría conseguir una ahora!â?? una de esas perillas esféricas, transparentes, con la cara de Julio Sosa). Según la época, la ornamentación interior conectada al sistema eléctrico podía incluir un semáforo (atornillado al parante central del parabrisas), cuyas tres luces podían encenderse en concordancia con el freno, el embrague y el acelerador. Otra posibilidad eran los farolitos chinos, provistos de una pantallita que parodiaba los sombreros tradicionales de los mandarines. Los ponían en el marco del espejo interno, uno a cada lado. En el posperonismo y en la década del 60, cuando los Bedford se perfilaban como la marca capaz de mellar la abrumadora mayoría de Mercedes, se puso de moda un adorno al que llamaban corbata, por ser muy parecido. Era un conjunto de cintas gruesas de distintos colores, encimadas y cortadas "en chanfle" de tal modo que la que iba encima de todas era la más corta y dejaba ver la punta de la que estaba justo debajo. Estaban todas unidas en el extremo que quedaba hacia arriba, y se balanceaban constantemente con la marcha. Y en el caso de los Bedford, con el simple regular de los trepidantes motores diésel.A modo de Ley Seca Algún funcionario tuvo la opaca idea de prohibir el filete y esto aparejó la aparición de algunos sustitutos. Primero, la profusión de luces de colores y de las otras. He llegado a contar 87 en las inmediaciones del asiento del conductor. Le siguieron las tazas que cubren toda la llanta. Y con ellas, las guarniciones y ornamentos de acero inoxidable, con imitación de remaches en relieve. Paralelamente fueron cerrando los talleres de cromado, porque los autos empezaron a fabricarse con paragolpes plásticos. Finalmente llegaron los espejos tallados, que en realidad casi siempre existieron, sólo que ahora invadieron incluso los lugares en los cuales ponen en peligro la visibilidad del conductor. Con los Bedford desapareció un adminículo infaltable que primero pasó a los Mercedes convencionales y luego, al extinguirse casi su legítimo dueño, también perdió presencia: la toma de aire con cresta y ranuras original del Kaiser Carabela (nombre local del Kaiser Manhattan). El crecimiento de los colectivos los llevó de los 6-9 pasajeros de los autos iniciales de los años 28 y 29 a los 11 de la preguerra. Tras un fugaz paso por los 13-14 asientos, en la posguerra saltó a los 16. Con la irrupción de los gasoleros y, sobre todo, con la eclosión postPerón, se fueron a los 19. Se mantuvieron un tiempo en los 20, ya con puerta de descenso trasera, y tuvieron dos picos finales de crecimiento: 21 asientos y 24. Después el colectivo se cortó. Puso el cartelito de "completo" y le dejó el terreno al ómnibus, aquel al que había derrotado en las escaramuzas iniciales. Ese ómnibus recurrió a las más variadas caracterizaciones para seguir acechando. Fue ómnibus de plataforma con los White, los Hispano Argentina de preguerra y los Brockway, y volvió en el '47 con los Mack, los Leyland, los GM de la Corporación. En el 61 los privatizaron y fueron radiados por falta de repuestos, pero todavía se resistieron, esta vez encarnados por las chanchitas y nuevamente los Leyland, que se eclipsaron junto con el último guarda, refugiados en su último reducto, la línea 2. Y entonces, cuando parecía que había ganado por abandono, el colectivo quedó dueño del campo. Envalentonado, ya sin el corsé impuesto por la represiva ordenanza municipal de 1932 que limitaba su longitud a poco más de cinco metros, el colectivo empezó a crecer. Como el sapo obligado a fumar, que se hincha hasta reventar, aumentó de largo, de ancho, de altura, adoptó la expendedora de boletos y perdió la caricia del dueño modesto que lo llevaba a casa y le cubría el motor con una arpillera para que no le costara arrancar a la madrugada. Como un caballo patria, pasó de mano en mano. Y del colectivo sólo nos quedó eso: el nombre. Pero no todo está perdido. Aquí y allá vemos resucitar algunas tradiciones, con el filete a la cabeza. "Habría que sacarle foto a los corazones entrelazados del 42 de la 35"; "¿vieron los moños del 8 de la 89?". Ojalá a alguien se le ocurra hacer un libro con todo esto alguna vez.
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Un significante inocuo, una mera dirección; apenas tres palabras que, en lo explícito, aluden a un domicilio postal en Santiago de Chile. Eso sería, sin explicaciones, el título hermético de este nuevo libro de Philippe Sands (Londres, 1960): Calle Londres 38. No obstante, tras esa puerta se acumulan significados de peso: la sede física donde previo al golpe militar de 1973 que derrocó a Salvador Allende funcionaba el Partido Socialista, y luego el centro clandestino de secuestro y tortura paraestatal de la Dirección Nacional de Inteligencia (DINA) que operó allí mismo durante la dictadura chilena. El vocablo Londres designa, a su vez, a la ciudad donde en 1998 Augusto Pinochet fue detenido, acusado de crímenes de lesa humanidad por el juez Baltasar Garzón, que reclamaba su presencia en España para juzgarlo.Pinochet en Inglaterra y un nazi en la Patagonia reza el subtítulo que empieza por contar aquella detención desde el punto de vista del joven abogado Sands, a quien ofrecen la defensa jurídica del general en la capital inglesa para evitar su extradición a Madrid. Pero el escritor no solo la rechaza, sino que además se une al bando contrario y se sumerge en la investigación del caso Pinochet, cuya extensión lo lleva a un segundo personaje ya avistado en rastreos para otro libro suyo (Ruta de escape, 2021). Se trata de Walther Rauff, un alto oficial de la SS inventor de las "cámaras de gas rodantes" camufladas de ambulancias donde miles de judíos murieron asesinados en "traslados" a fosas comunes. Calle Londres 38 desanda, en definitiva, la telaraña de testimonios y documentos donde crimen e impunidad entretejen una red de apariencia infalible. "Cuando BeÅ?żec, Sobibor y Treblinka entraron en funcionamiento, Rauff tuvo que buscarse un nuevo trabajo", explica el autor, y cuenta cómo -archivos mediante- localiza al nazi en la posguerra, en América del Sur, primero como emprendedor en el circuito pesquero y después colaborando profesionalmente con la dictadura pinochetista. El régimen militar chileno adopta el expertise de Rauff aplicado ya no al rubro de la pesca sino, como en su juventud en la SS, a seres humanos. Las mismas furgonetas que había ideado como cadalsos móviles aportan nuevas prestaciones logísticas: los disidentes secuestrados irán de una tortura a otra (o a la muerte) en aparentes transportes frigoríficos. La línea de montaje incluye una "disposición final" de los cuerpos: algunos son arrojados al mar, aunque "muchos detenidos fueron convertidos en harina de pescado", según le refiere al autor un testigo entrevistado. El dato se completa con una explicación: tras tomar el control de las principales empresas pesqueras del país, la DINA pasa a operarlas como sistema fabril, emulando los campos de concentración y exterminio de la Segunda guerra. Sands se empeña en señalizar todo lo que sea posible el vínculo de estos dos hombres, dos períodos, dos países y hasta dos ciudades, con mucho más en común de lo que pudiera imaginarse. De hecho, las primeras páginas de su libro son mapas: de Chile, de Santiago, de Londres. Suma a la misma indagación fotografías, referencias documentales, ilustraciones notas y un índice temático que ocupa casi cien páginas. Párrafo aparte merecen algunos tramos cinematográficos como el de la detención de Pinochet en una clínica del elegante barrio de Marylebone, apenas a cinco cuadras del Sherlock Holmes Museum, narrada por el traductor de Scotland Yard (con quien el autor también conversó) que le informó al reo las condiciones y motivos de su captura, la noche del 16 de octubre de 1998. Los intentos de extradición por parte de Alemania para juzgar a Rauff (criminal fugitivo desde Nüremberg) chocaron con la protección del Estado chileno; el genocida murió de viejo en su dorado exilio. Similares complicidades, trucos, ocultamientos le permitieron a Pinochet fingir demencia para ser devuelto a Chile, también impune, sin comparecer por los asesinatos cometidos.Aun si no hubiese nada verídico en estas páginas, Calle Londres 38 sería una novela portentosa: intrincada, de a ratos esotérica, diabólica como el mal que encarnan sus dos personajes centrales. Algunos elementos de la historia real ya habían llevado a autores como el británico Bruce Chatwin y el chileno Roberto Bolaño a ocuparse antes de Rauff y Pinochet en clave literaria: Sands apela a esos textos, los cita y los celebra como parte del tejido que lo llevó a dar forma a su trabajo. Pero no solo el dato duro: también la referencia subjetiva o imaginativa integra sus recursos, auxiliada por la literatura; Ariel Dorfman, Pedro Lemebel, Gabriel García Márquez, Jorge Luis Borges, Vicente Huidobro, entre otras voces, son convocados aquí por el autor inglés.Puntualmente, la novela breve de Bolaño Nocturno de Chile, publicada en 2000, es quizá la más aludida en Calle Londres 38 y a la vez su contracara. Si Sands consagra la prueba, el testimonio, el documento, su par chileno relata los mismos infiernos apelando a la palabra torrencial del padre Sebastián Urrutia Lacroix, apócrifo sacerdote que lanza (escribe) toda su verdad junta, escudado en nombres falsos pero situaciones calcadas del registro histórico. En ese volumen-monólogo, el clérigo de Bolaño exhuma sus culpas, acaso encarnando a una buena porción de la intelectualidad de su país frente a la tiranía golpista.Andante de dos mundos, Sands se abre paso con un pie en la prueba y otro en la intuición, la metáfora, la insinuación. Y si bien la carga probatoria que aporta es central, el británico se reenfoca cada tanto a sí en la crónica: a veces con candidez y humor, otras con gravedad melancólica, como al recordar a la familia de su madre, víctima del Holocausto. Esa presencia del que alterna entre abogado, escritor, hijo, marido, jurista, nutre a su favor el tono narrativo; nos lleva a empatizar con el sujeto permeable, no omnisciente, que ve azorado cómo y en cuánto la realidad puede superar a la ficción, involucrándonos en el borroso límite de lo propio y lo ajeno, lo pretérito y lo actual, la justicia y la impunidad.Calle Londres 38Por Philippe SandsAnagrama. Trad.: F. Ramos Mena y J.M. Salmerón Arjona584 páginas, $ 39.800
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Durante los últimos años, el mercado editorial se saturó de elucubraciones sobre el "amor" presentadas en tonos de autoayuda o en formatos simplones de divulgación psicoanalítica, pero siempre con recetas y consejos para los más desorientados. Poco a poco, sin embargo, lo que reveló esa moda fue la carencia indudablemente traumática de algo más concreto. En este sentido, el título elegido por el psicoanalista estadounidense Darian Leader (Alameda County, 1965) para su ensayo sobre el núcleo de lo que el pudor a veces elige nombrar con palabras ambiguas como "amor" o "afecto" es contundente: Nunca es solo sexo.La premisa de Leader, aún así, tampoco le escapa por completo a la obviedad. "El sexo es mucho más que solo sexo: es también historia, socialización, preocupación, culpa, venganza, violencia, amor. Cuando presuponemos que solo se trata de placer y satisfacción, no estamos viendo lo que tendríamos que ver para replantearnos lo que el sexo es y lo que podría ser", escribe este fundador del Centro de Análisis e Investigación Freudiana en Gran Bretaña. Por esto, gran parte del recorrido que Leader propone para indagar qué es el sexo también se enfoca en los equívocos del lenguaje y la comunicación. Y esta apuesta nos devuelve al centro del pensamiento freudiano: el sexo y el lenguaje son materias psíquicas complejas e interdependientes, y por eso mismo buena parte del significado de sus interacciones permanece velada e inconsciente, ya que escapa tanto a lo que a veces se puede decir como a lo que a veces es admisible desear. "Siempre habrá una dimensión del sexo que choque con los guiones externos: algo que está ligado a cosas que hayamos entrevisto u oído, o a comentarios informales o improvisados que han permanecido con nosotros", escribe Leader para explicar los rudimentos básicos del psicoanálisis freudiano.Pero la trampa que Nunca es solo sexo intenta saltar para esquivar el mismo embudo gris de confesiones narcisistas, citas sensibleras o terapias oportunistas en el que suelen caer los libros de casi todos los "gurúes del amor" también lo atrapa en parte. ¿Cómo? A veces bajo la forma de una casuística demasiado abstracta, hecha de estudios y reportes anecdóticos o series televisivas de Prime Video, o una casuística demasiado concreta ("en mi práctica como psicoanalistaâ?¦", insiste el autor antes de aludir a casos genéricos que no llevan a ningún lado) pero que, de una u otra manera, nunca se articula con una idea propia sobre los puntos en cuestión. Nunca es solo sexo no miente cuando el propio Leader remarca que "si alguien dice algo como que 'fue solo sexo, no significó nada', ya nos está demostrando la importancia que el sentido tiene en todo este proceso, aun cuando tal significado sea difícil, imposible incluso, de medir". En consecuencia, lejos de plantear ideas atractivas destinadas a disputar esa zona imprecisa de "sentido" alrededor de la sexualidad, como lo han hecho también en clave de divulgación autores de mayor calado intelectual como Dany-Robert Dufour, Alain Badiou o Slavoj Žižek, Leader se conforma con constatar la dificultad del asunto.Pero ¿no es este abordaje profesional y aséptico lo que deja ver la insoportable carga simbólica que hoy envuelve al sexo? Convertido en un asunto tan explotado por los "gurúes del amor" como por los mercaderes de las "nuevas identidades" o los mercenarios de las "batallas culturales", ¿el sexo se vuelve una materia cada vez más impensable? Lo concreto es que, como escribe Leader a propósito del Marqués de Sade, incluso el autor de La filosofía en el tocador sabía que las sensaciones de placer podían ser fingidas, pero no las del dolor. Y si este es el marco primordial a través del cual se presenta mucho del sexo que hoy nos rodea, codificado por imperativos amenazantes y dolorosos antes que amorosos y placenteros, ¿quizá sea momento de girar la mirada hacia otras voces? En ese caso, la antigua sabiduría romana de Ovidio, el poeta nacido en el siglo I antes de Cristo, podría recordarnos que existe un abordaje distinto y tal vez más eficiente para los problemas humanos de siempre. "De su amplio arsenal de trucos, estrategias y curas para el amor, algunos son esclarecedores y valiosos y otros, en cambio, aunque parecen eficaces, son inmorales, de mal gusto o directamente perversos", advierte Michel Fontaine en su introducción a El arte del desamor, donde Ovidio recopila en forma de dísticos elegíacos consejos sexuales a veces muy concretos contra los desengaños amorosos. En palabras de Fontaine: "Hoy los terapeutas reparan los corazones rotos por medio de la terapia cognitiva conductual, una terapia conversacional en la que, con la ayuda del profesional, el paciente aprende a reconocer y reevaluar los patrones de pensamiento negativo con el fin de gestionar las emociones con mayor eficacia. Mucha gente confía en su utilidad en los casos de ruptura amorosa. Sin embargo, por muy moderno que suene el nombre, no es más que un rebranding del estoicismo de toda la vida".Un ejemplo de la astucia y la ironía ovidianas en el territorio de la superación de las rupturas amorosas está en sus recomendaciones para escapar de relaciones con quienes, varios siglos más tarde, serán descriptos como histéricos. "El amor nos conquista por la fuerza de la costumbre y por la fuerza de la costumbre nos abandona. Quien sea capaz de aparentar salud, sanará". Pero Ovidio, cuya inventiva quizás estuvo detrás de las razones por las que el emperador Augusto ordenó su exilio de Roma en el octavo año después de Cristo, también tenía recomendaciones para quienes fracasan en el amor por culpa de la ansiedad: "Si lo que pretendes no se nota, lo que ocultas se hará realidad: los pájaros no caen en las redes que se ven".Sin prolegómenos teóricos, menos miedo a herir susceptibilidades y anclado a una experiencia directa y comprobada, para Ovidio "el mal de amor con amor se quita", y por eso uno debería, en lo posible, "hartarse de tener sexo" con la persona amada. ¿Para qué? Para saciar los apetitos y las pasiones propias hasta llegar a asquearse de los defectos del cuerpo del otro, y entonces olvidarlo hasta la llegada de una nueva oportunidad sentimental. En tal caso, si Ovidio no es un "gurú del amor" como los actuales, es porque su sabiduría evita los falsos consuelos y la victimización, y porque tampoco esquiva la necesidad del egoísmo en defensa propia. En otras palabras, Ovidio jamás esconde que el amor y el sexo son incompatibles con esa armonía idílica y sin espinas con la que fantasean los incautos.Nunca es solo sexoPor Darian LeaderSexto Piso. Trad.: Albino Santos Mosquera189 páginas, $ 26.000El arte del desamorPor OvidioKoan. Trad.: Jacinto Pariente84 páginas, $ 13.500
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Al empujar la puerta angosta de hierro, se abre un zaguán largo. La luz cálida apenas ilumina las paredes cubiertas de fotos y recortes de diario. Instantáneas de artistas, celebridades, anécdotas y ciertos escándalos que el tiempo suavizó, pero el lugar conserva como parte de su memoria viva. Más adelante, el espacio se abre y aparecen la barra y el salón: techos altos, mesas de madera, muebles antiguos que no combinan pero encajan perfecto.Pinturas, esculturas y objetos viejos que no funcionan, aunque uno deseara que sí, una fonola, un teléfono con tubo y cable enrulado, un pianoforte, ese sí funciona. Especialmente las noches en que Lionel Occhione, dueño de La Dama de Bollini, organiza las veladas de piano bar, donde los clientes pueden dar rienda suelta sus talentos con el instrumento. Clases de tango en La Dama de Bollini Hay gente sentada conversando, copas en mano, botellas de cerveza sobre las mesas, y un murmullo constante que se superpone con la música de fondo. Esa mezcla de voces, risas y melodías crea la atmósfera envolvente en la que va a transcurrir la noche: literalmente, una vibración que predispone al cuerpo y el espíritu a pasarla bien.Una agenda repleta de eventos Occhione, a quien todos llaman Leo es quien gerencia hoy el lugar al que se dedica 24/7. Estuvo en el bar desde chico, vivió su época como pub de moda, fue testigo de los años salvajes de Bollini â??cuando más de 9000 personas se agolpaban en la cuadraâ??, y más tarde se formó en curaduría de arte y tomó la dirección general del establecimiento.Su enfoque mezcló tradición y renovación: mantuvo las noches culturales, sumó muestras de artistas contemporáneos, dio espacio a nuevas voces y redefinió la propuesta gastronómica a una carta donde predominan las empanadas y pizzas caseras. En la actualidad, La Dama de Bollini funciona como café-concert, con noches de poesía, presentaciones de libros, clases de baile (tango, folclore, rock, salsa) y eventos privados como fiestas de egresados universitarios.También hay arte en las paredes. Leo impulsó una línea de retratos pop de íconos del rock nacional, como Charly García y Luca Prodan, realizados por el artista Sebastián Pernisa. Se exponen y venden en el lugar. Leo además conserva una colección de obras premiadas en los concursos federales que organizó durante más de una década.La noche en que lo visitó LA NACION, el bar albergaba un ciclo de lecturas. Un grupo de escritores leía en voz alta frente a un público que mezclaba desconocidos, amigos y familia. Ocuparon seis mesas, un tercio del local. El resto del salón de lleno, algunas personas conversaban junto al ventanal que da al patio iluminado con guirnaldas y faroles. Otras, con un vermut en la mano o fumando, pasaban la noche al aire libre.Bollini, un pasaje escondidoEl pasaje Bollini está empedrado, flanqueado por casas bajas y faroles, y conecta la calle French con Pacheco de Melo pasando por Peña. A pesar de su ubicación céntrica cerca de la frontera de Recoleta con Palermo, mantiene su aire de secreto. Debe su nombre a Francisco Bollini, arquitecto italiano llegado a Buenos Aires en 1845, y a su hijo homónimo, que fue intendente de la ciudad entre 1890 y 1892.A mediados de la década de los 80, con el regreso de la democracia, el pasaje empezó a adquirir un aire cultural y alternativo. En ese clima de efervescencia, Cecilia Leoni, una modelo y actriz que no llegó a ser famosa como tal, pero que formó parte de la vanguardia cultural de los años 70, con las consignas de la libertad, la expresión artística y el savoir vivre inauguró el espacio cultural en Bollini 2281.El legado de Cecilia Leoni, orgullosa antidamaLeoni abrió La Dama de Bollini en agosto de 1983. Desde el primer momento, el lugar fue mucho más que un bar: fue un punto de encuentro para que artistas, escritores, vecinos y personajes del barrio se reunieran a disfrutar de muestras de arte, ciclos de poesía, clases de tango y noches de música.Por sus mesas pasaron figuras como Jorge Luis Borges, María Kodama, Olga Orozco, Renata Schussheim, Antonio Gasalla y muchos más. Incluso el baterista Daniel "Pipi" Piazzolla -nieto del legendario Ástor- llegó a tocar en su escenario. Cecilia, con una personalidad intensa y una vocación cultural irrenunciable, sostuvo el proyecto incluso en momentos económicos difíciles y con las protestas de vecinos que, cuando el pasaje se llenó de locales bailables -llegaron a superar los diez en apenas dos cuadras- comenzaron a denunciar los ruidos molestos.Leo recuerda bien aquella etapa del pasaje Bollini y aclara algunos rumores que, con el tiempo, opacaron lo mejor de su movida cultural: "Lo que salió en los diarios fue cuando mamá se peleó con una vecina de enfrente. Cuando cerraron la mayoría de los locales, Cecilia Choppitea, que vivía enfrente, decía que había drogas en Bollini. Entonces llamaba a los medios, les mostraba una jeringa y el cuadro de La Dama detrás, como dando a entender que había heroína. Pero heroína no hubo ni hay hoy en Buenos Aires". Y aclara: "Lo que sí había era descontrol, jóvenes que tomaban alcohol y salían a la vereda, en un momento en que no existían controles de alcoholemia".La acusación desató la furia de su madre, quien sentía que intentaban desacreditar su bar. "Un día fue a Canal 9. Los productores le dijeron que, si quería salir al aire, tenía que armar un escándalo. Entonces esperó a Choppitea y la encaró a los gritos, acusándola de querer arruinar su negocio para que el pasaje perdiera valor. Decía que lo hacía para beneficiar al marido, dueño de una inmobiliaria conocida, y quedarse con las casas por dos pesos. Y es cierto: cuando cerraron los bares de Bollini, las propiedades se vendían a US$50.000".Los diarios titularon los escándalos como "Las locas de Bollini" o "La guerra de las dos Cecilias".Leoni había fundado La Dama junto con su marido de entonces, Eduardo Pesce. Pero la convivencia comercial no fue sencilla. Mientras Cecilia buscaba generar un espacio para la expresión artística, él apostaba por la noche agitada, el descontrol y el alcohol. La relación con los vecinos se tensó, y la pareja también se resquebrajó. Nunca hubo reconciliación entre las vecinas. Y, tras la separación de su socio y exmarido, Leoni se fue a vivir a Marbella por dos años. "Mamá de joven era todo un personaje. Cantaba tangos, era muy creativaâ?¦ y a veces muy destructiva", concluye Leo.Hoy, Cecilia, con más de 90 años y el avance del Alzheimer que ralentizó el ritmo frenético con el que vivió su juventud, reside en otra casona de su propiedad, donde funciona la Fundación Bollini, a pocos metros del local, acompañada y cuidada.Programación cultural, picadas y espíritu barrialA casi 42 de años de su apertura, La Dama de Bollini está ferviente. Funciona de miércoles a domingos por la noche, con programación cultural, gastronomía accesible y una comunidad fiel. Su Instagram se convirtió en su principal canal de difusión, y es habitual que cada semana se agoten las reservas para sus noches de piano bar o shows acústicos.Las empanadas salteñas â??hechas por la esposa de Leoâ??, las picadas caseras y los precios cuidados son parte de una filosofía que busca mantener la cercanía con el público. "Prefiero tener tres personas trabajando y cobrar menos, que subir los precios para pagar una estructura enorme", dice Leo, con su estilo directo.Hay lugares que cambian. Otros, como este, siguen siendo refugio. De música, de arte, y de esa necesidad que mueve a desear compartir buenas excusas para conectarnos con otros.
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El género de la "ciencia ficción" (una mala traducción de "science fiction", que en realidad significa "ficción de la ciencia" o "ficción científica") nació como un territorio casi exclusivamente masculino, tal vez porque, hasta hace muy poco, también lo fueron las ciencias. Tanto es así que Alice Bradley Sheldon, una de las primeras escritoras importantes del género, firmó sus obras como James Tiptree Jr., escondió su identidad y se negó a mostrarse en público hasta su muerte. Como ella fue una de las pioneras, tiene sentido que Hermanas de la revolución, esta antología de cuentos de ciencia ficción escritos por mujeres, incluya uno de los que la hizo acreedora del Premio Nebula (en 1977) : "La solución del eslabón más débil". Se trata de una crítica frontal a la tendencia de Occidente a pensar según categorías binarias opuestas y jerárquicas (bien vs. mal; razón vs. emoción; humanidad vs. naturaleza; masculino vs. femenino, en las que el primer concepto es positivo y el segundo, claramente negativo). En este cuento, la humanidad del futuro decide que las mujeres son la parte animal/emocional de la especie y que hay que eliminarlas. Pero convertirlas en una "especie en extinción" es un suicidio colectivo: sin mujeres, no hay futuro posible para el Homo Sapiens. La extinción de la humanidad es un tema constante en el género y las mujeres lo tratan en sus libros con frecuencia. Por ejemplo, Louise Erdrich, estadounidense de ascendencia ojibwe, da una versión impresionante y, en cierto modo, irónica y esperanzada de ese tema en Un hogar futuro para el dios viviente, una novela sobre un universo paralelo al de El cuento de la criada de Margaret Atwood, en la que la desaparición del ser humano no es del todo una mala noticia. Como afirman Natalia Ortiz Maldonado en el "Prólogo" y los editores Ann y Jeff Vandermeer en la "Introducción", Hermanas de la revolución es un catálogo de las herramientas y criterios que utilizan escritoras como Erdrich o Atwood para abordar temas de este tipo y de los rasgos que las diferencian de escritores como Asimov, Philip K. Dick o H. G. Wells. Tal vez, uno de esos puntos sea la predilección de la mayor parte de estos últimos por lo "heroico", que es siempre un canto al individuo excepcional. Las autoras mujeres, en cambio, suelen rechazar la idea del héroe o heroína o por lo menos introducir variaciones importantes. Entre muchos otros casos, en la saga de Lois McMasters Bujold sobre Miles Vorkosigan (Danza de espejos y Cetaganda son dos de los títulos), Miles es un héroe, sí, pero uno inesperado: débil, deforme, discapacitado, siempre que puede, trata de encontrar soluciones pacíficas y hasta alianzas con sus "enemigos" y termina como juez, no como gobernante o militar. En la colección de los Vandermeer -traducida a un castellano absolutamente argentino que incluye el voseo-, la mayoría de los nombres proviene de los Estados Unidos, pero con variedad de orígenes -Octavia Butler, afroestadounidense; Vandana Singh, de familia hindú; Hiromi Goto, de ascendencia japonesa- más algunas autoras de otros países como la argentina Angélica Gorosdischer o la africana Nnedi Okorafor. Además del rechazo del binarismo como base filosófica, una de las temáticas constantes es la crítica a las instituciones totales (aquellas que ejercen un control "total" sobre sus internos, como la cárcel o el ejército). Muchos de estos relatos incluyen instituciones que la cultura occidental considera sagradas, como la familia o la maternidad. Por ejemplo, "Las madres de la isla Tiburón" de Kit Reed -uno de los cuentos más polémicos- describe la relación madre/hijos como una "cadena perpetua" para la mujer si no se asegura un espacio vital para sí misma. Otra institución entendida como cárcel es el matrimonio. Tal vez, el análisis narrativo más profundo de eso en la colección sea "La perfecta casada", de Gorosdischer, cuya protagonista escapa de ese infierno hacia mundos que, para ella, son muchos mejores que el propio, a través de puertas que sabe abrir una y otra vez. Cuando esa huida se vuelve insuficiente, también adopta la rebelión directa. En algunos relatos, esa rebeldía convierte a la protagonista en diosa, por ejemplo, en "La bandida de la palmera" de Okorafor, un cuento a caballo entre ciencia ficción y fantasía; o la lleva a viajes gozosos y secretos como el de "Sur" de Ursula K. Le Guin, en el que un grupo de mujeres decide llegar al Polo antártico. El viaje no es para jactarse de ser las primeras (es un viaje secreto): viajan porque ir hacia lo desconocido es "llegar a casa". Van sin hombres; llegan en 1909, antes que Amundsen; vuelven ilesas y una de ellas pare en el viaje, acto simbólico si los hay. No hacen pública la aventura fuera de sus familias para no llenar "de pena a Amundsen": son conscientes de que a los hombres sí les interesa competir por el "primer" puesto. Ese cuento es pura tensión y alegría pero hay otros, como "La tarde y la mañana y la noche", de Butler, que miran la situación con amargura. El planteo es conocido: la humanidad está al borde de la extinción por una enfermedad genética, producida, en este caso, por un medicamento contra el cáncer. Pero aquí, los que padecen la enfermedad no son monstruos a los que hay que matar -como en series tipo The Last of Us- sino víctimas a las que se mira con piedad y cariño. Cada una de estas autoras de la antología tiene una poética, un enfoque, un estilo propios. Algunas fusionan la ficción científica con otros géneros: por ejemplo, el policial, como Angela Carter en "Los asesinatos de Fall River", o la escritura académica y el humor como Eleanor Arnason en "Las cinco hijas de la gramática". Leídos en conjunto, los cuentos abren un arcoíris de escrituras, una muestra amplia de los infinitos caminos de la mente femenina empeñada en entender y proyectar el futuro; y, claro está, también en protestar contra él. En el centro, está la denuncia constante de las jerarquías sociales y, por lo tanto, una impugnación de "la verdad heroica", como afirman los editores. Porque donde existen los héroes, también hay monstruos y solo sin esa oposición absoluta se podrán construir mundos más humanos y más igualitarios.Hermanas de la revoluciónAutoras variasHekht. Trad.: Varios traductores.480 páginas, $ 50.000
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En el verano de 1999, durante el rodaje de Bailar en la oscuridad [en la Argentina se estrenó como Bailarina en la oscuridad] la cantante islandesa Björk (Reikiavik, 1965) no puede más. Presa de una crisis de nervios, echa a correr campo a través, se sube a una valla y se pone a despotricar del diseño de su jersey de lana, hasta que empieza a destruirlo con los dientes y comérselo a bocados, ante el estupor del equipo técnico. Es el punto culminante de uno de los rodajes más tensos de la historia del cine.Todo empieza en 1996. El cineasta danés Lars Von Trier (Copenhague, 1956) es, por aquel entonces, el rey del mambo del cine de autor. Acaba de estrenar Rompiendo las olas [en la Argentina, Contra viento y marea], su primera parte de «la trilogía del corazón de oro», su particular revisión del melodrama, con la que ha ganado el Premio del Jurado en el Festival de Cannes. Buscando inspiración para el cierre de su trilogía, ve el vídeo en el que Björk versiona «It's Oh So Quiet!», dirigido por un Spike Jonze que quiere homenajear la estética del cine de Jacques Demy. Lo tiene. Su nueva película será un musical, el musical más rompedor jamás filmado, titulado, oficiosamente, Los cien ojos de Von Trier, por la cantidad de cámaras que se van a utilizar.Ya en los ensayos hay fricciones: Von Trier cree que Selma es una niña en el cuerpo de una mujer; Björk opina que es una mujer hecha y derecha. Empieza a surgir un odio visceral entre ambosPor entonces, Björk también está en la cima de su carrera musical. La niña prodigio criada en una comuna hippie islandesa, la líder de The Sugarcubes, ha decidido montárselo en solitario, mudarse a Londres y le ha salido genial: con Debut (1993) y Post (1995) es una estrella consagrada, a la que recurre la mismísima Madonna en busca de inspiración. Es exótica, tiene talento y una personalidad de lo más enigmática.Björk pasa de Madonna y, en un principio, también de Von Trier. Por su carácter insular o por la habitual tara de las niñas prodigio, lleva rematadamente mal la fama. Para la historia ha quedado su llegada al aeropuerto de Bangkok en 1996, y cómo la emprendió a puñetazos y tirones de pelo con una de las periodistas que la esperaban solo por darle la bienvenida al país.Von Trier ve esa escena en las noticias y queda fascinado con la energía de la menuda artista. Inicia la redacción de un guion inspirándose en las noticias que aparecen de Björk en los tabloides. Le dice que solo quiere que componga las canciones de la película, porque sabe que Björk adora el género musical y es una enamorada de Sonrisas y lágrimas [La novicia rebelde]. Y a ello que se pone la islandesa: a escribir la música para la historia de Selma, una inmigrante checa y madre soltera en los Estados Unidos de la década de los sesenta que debe pelear para conseguir una operación que evite que su hijo se quede ciego. Cuando ha completado la banda sonora, Von Trier la chantajea: o interpreta ella a Selma o Bailar en la oscuridad no se filmará. Björk no ha rodado cine desde que en 1990 estrenó Cuando fuimos brujas, pero ha pasado dos años trabajando en Selma y su banda sonora, Selmasongs. Aunque se sienta traicionada, no puede negarse. Seguramente hoy piense que ojalá lo hubiera hecho.Con semejante panorama, Björk y Lars llegan al Festival de Cannes de 2000 y vuelan los cuchillos. Estallan los reproches entre actriz y director tras el pase de prensa. Aun así, la película gana la Palma de Oro y Björk se hace con la estatuilla a Mejor ActrizLa película se rueda en el verano de 1999, en Suecia. La química entre ambos se rompe en cuestión de segundos, según declara Björk a la publicación Hollywood, por culpa de Von Trier: "Los dos somos tan sincerosâ?¦ Así que hemos establecido una relación. Y eso está bien. Pero los problemas empiezan cuando llegas al plató. Cuando estás a solas con Lars, todo va bien; pero cuando hay otras personas en la habitaciónâ?¦ ya es otra cosa".Ya en los ensayos hay fricciones: Von Trier cree que Selma es una niña en el cuerpo de una mujer; Björk opina que es una mujer hecha y derecha. Empieza a surgir un odio visceral entre ambos. Cada vez que sus miradas se cruzan, Björk escupe en el suelo. El equipo se tiene que acostumbrar a sus constantes ausencias, confirmadas por su compañera de reparto, la veterana Catherine Deneuve, que declara al medio danés Politiken: "Björk es muy especial. No es una actriz, ella expresa sus sentimientos. Y eso es duro. En varias ocasiones huyó durante varios días del rodaje, como una adolescente. Es una persona muy tímida e introvertida, y en una situación así eso tiene su coste".¿Qué hace cuando desaparece? Von Trier afirma que se va de farra. Björk responde que solo estuvo ilocalizable cuatro días, en protesta por el tratamiento que Von Trier dio a sus composiciones. Según declaró a Entertainment Weekly, "el problema es que estuve filmando durante meses, en jornadas de 12 horas sin descanso, con cuatro crisis nerviosas al día. Después, llegaba a casa por la noche ¡y veía que el equipo había hecho trizas mis canciones!". Fuera de sí, Björk regresa de su huida con un manifiesto debajo del brazo: "Decía que quería la edición final de todo lo que tuviera que ver con la música. Los editores me tendrían que consultar. Yo decidía las canciones que aparecerían en la banda sonora. Y que no trabajaría más si no aceptaba. Y [Von Trier] aceptó".También se negará a conceder entrevistas, aunque figure en su contrato. Con semejante panorama, Björk y Lars llegan al Festival de Cannes de 2000 y vuelan los cuchillos. Estallan los reproches entre actriz y director tras el pase de prensa. Aun así, la película gana la Palma de Oro y Björk se hace con la estatuilla a Mejor Actriz. Pero la relación está definitivamente rota y el ventilador de maldades funciona a toda potencia como en la genial escena del filme en el que se interpreta el tema "Cvalda".En Politiken, de regreso con la Palma, Von Trier declara: "Fue sencillamente espantosoâ?¦, una torturaâ?¦, una experiencia sadomasoquista para los dos. Enriqueció la película, pero no a mí personalmenteâ?¦ Cada segundo de los últimos dos años también ha sido terrible para [la productora] Vibeke Windelov, por la incompatibilidad artística entre ambas y sus disputas por cuestiones de temperamento". Windelov, la productora, es quien jura y perjura que la escena de la deglución del apetitoso jersey de lana es cierta.En 2017, Björk publica en su cuenta de Facebook un post en el que acusa a Von Trier (sin nombrarlo) de haberla acosado sexualmente durante el rodaje y relatando que necesitó un año para recuperarse¿La mayor lindeza de Von Trier? "Trabajar con Björk fue como intentar razonar con una terrorista". Björk no se queda atrás y replica: "Se mire por donde se mire, la experiencia ha sido catastrófica para mí. Verme en mitad del estudio rodeada de centenares de personas, día tras día, fue una verdadera pesadilla. Cada mañana, al levantarme, ya estaban allí, a un palmo de mis naricesâ?¦ Me sentí constantemente acosada". Björk acaba tan traumatizada que jura que nunca más se acercará a una cámara para rodar una película (juramento que no cumplirá cuando se lo pida su marido, Matthew Barney, años después). Y eso que estuvo nominada al Oscar por "I've Seen It All" y nos entregó ese momentazo ataviada con uno de los modelos más estrambóticos de la historia de los Oscar, el vestido-cisne diseñado por Marjan Pejoski.Pero como en las grandes rivalidades de la historia del cine, el odio persiste durante dos décadas. En 2003, Björk le escribe una carta a Nicole Kidman aconsejándole que rechace el papel de Dogville, la nueva película del danés: "Te devorará el alma", le dice. En 2017, Björk publica en su cuenta de Facebook un post en el que acusa a Von Trier (sin nombrarlo) de haberla acosado sexualmente durante el rodaje y relatando que necesitó un año para recuperarse. Von Trier, por entonces intentando recuperarse de una severa depresión, lo niega en el diario Jyllands-Posten: "Desde luego, no éramos amigos, eso está claro". El productor Aelberk Jensen también defiende al director: "Nosotros fuimos sus víctimas. Esa mujer era más fuerte que Lars von Trier, que yo, y que todo el equipo juntos. Se hacía lo que ella decía".Björk se pica y publica un nuevo post. Ahora ya va con todo: "[Von Trier] me susurraba propuestas sexuales al oído" o "Intentó entrar en mi habitación por el balcón en medio de la noche con intenciones claramente sexuales, mientras su mujer estaba en la habitación de al lado".¿Qué pasó en realidad? Difícil saberlo. A fin de cuentas, hablamos de dos de los seres humanos más imprevisibles sobre la faz del planeta. Björk volvió a arrearle a un periodista en Nueva Zelanda. Von Trier, por su parte, ha concedido entrevistas desnudo, o ha sugerido a John C. Reilly que matara a un burro con sus propias manos durante el rodaje de Manderlay. Aunque nada superará su defensa de Hitler en 2011, durante la presentación de Melancholia en Cannes. Björk y Von Trier: dos genios, dos personalidades en perpetua transgresión de las normas sociales.
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El cuadro The Rocky Mountains, Lander's Peak (1863) está pintado por el pintor alemán después naturalizado norteamericano Albert Bierstadt. Está en la sala del ala americana del Museo Metropolitano de Nueva York en donde está lleno, como en todo museo oficial, de cuadros muy grandes de representación histórica. Es comprensible que un cuadro con este nivel de imponencia sobre el tema del paisaje y, a la vez, de la presencia de los pueblos originarios, etc., esté ocupando ese lugar. En él se intuye un problema interesante que es el del encuadre. Es decir, se llama "Lander's Peak", el pico Lander, un pico importante de la cordillera de las Montañas Rocosas. Un pico que debe ser grande, importante. Entonces la imagen tiene que tomar una decisión. Una decisión muy simple. Si encuadra para el pico naturalmente tiene que generar una perspectiva o un valor para los personajes humanos que, citando la famosa enciclopedia de Borges, "de lejos parecen moscas".Deleuze, en su famoso libro sobre el cine, llama "afección" al primer plano. Dice que el primer plano es en el cual se ve determinada afección. Es decir, el plano en el cual nosotros, espectadores, generamos una emoción compartida con el personaje es en el de la cara. Bueno, Albert Bierstadt parecería desconocer esa idea porque precisamente el personaje que genera la emoción más profunda es aquel que está de espaldas al punto del espectador y está trabajado apenas como un detalle. ¿Qué tiene que ver esto con el cine? Hay una respuesta posible y está en el cine de uno de los directores más importantes del cine norteamericano de todos los tiempos, que es el famoso John Ford. Hay una anécdota muy famosa con Ford, en donde Spielberg lo va a visitar y Ford lo educa con respecto al horizonte. No sé qué le dijo, pero no creo que le haya dicho eso de saber dónde poner el horizonte, no me resulta muy fordiano. Lo único que sabemos es que Ford le dijo a Spielberg que el cine tenía que ver con algo de los horizontes. Que cuando entendiera algo, que no sabemos bien qué es, de los horizontes, él iba a entender el cine. Si pensamos eso como fábula es bastante encantadora. Sobre todo, teniendo en cuenta las películas que hizo Ford porque, en especial las del Oeste, están regidas por una interpretación extrañísima de la noción de horizonte.Hay una decisión de Ford en cada una de sus películas del Oeste que es filmar siempre en el mismo lugar, en el Monument Valley. Uno tiene una impresión extraña viendo una película del Oeste de Ford, la impresión de lo abstracto, ¿no es cierto? La impresión de que el espacio ha dejado de ser simplemente un fondo y pasa a ser el verdadero elemento, el verdadero argumento de la composición. Es decir, la composición está allí justo para dar cuenta de la espacialidad como elemento central. ¿Cuál es su gran herramienta? ¿Qué es aquello que de alguna manera va generando el mecanismo narrativo? Precisamente son esos grandes riscos de Monument Valley con los cuales Ford parece obsesionado. La progresiva voluntad de retrato del espacio empieza, en la obra de Ford, a volverse una especie de cosa enloquecida en donde nos damos cuenta de que cada vez tiende más a la abstracción y en donde empieza a resultar más claro que su estilo, sus gustos, tienen más que ver con filmar a los personajes recortados contra su lugar favorito que en llevar adelante determinadas anécdotas. Es decir, el cine cada vez más cercano a un arte abstracto. Es interesante pensar de qué manera nosotros podemos encontrar nuestro propio Monument Valley a partir de las herramientas que tenemos a nuestra disposición en territorios en los cuales el horizonte, un horizonte con ese nivel de abstracción fordiano, es difícil de encontrarEs interesante pensar de qué manera nosotros podemos encontrar nuestro propio Monument Valley a partir de las herramientas que tenemos a nuestra disposición en territorios en los cuales el horizonte, un horizonte con ese nivel de abstracción fordiano, es difícil de encontrar. Pensemos en un personaje que se ha vuelto el máximo heredero de Ford, de una herencia bastante particular, difícil e intuitiva. Sería Michelangelo Antonioni, ¿verdad? Uno podría decir que Antonioni es el director más preocupado por la presencia de líneas totémicas, verticales, en el cine llamado moderno. Antonioni se ocupa de buscar y encontrar su propio Monument Valley. ¿Cuál es la dificultad de encontrar el propio Monument Valley en un territorio cotidiano y contemporáneo? No precisamente el hecho de encontrar líneas verticales sino encontrar escasas líneas verticales. Es decir, encontrar una noción sintética en donde las líneas verticales sean pocas. En donde no aparezca como aparece en la ciudad moderna una especie de sinfín de líneas verticales en la cual cualquier noción de síntesis o abstracción se ve empastada por una especie de invasión en donde lo vertical ya no puede tener ese poder de personaje casi totémico que tiene en las películas de John Ford. Hay una leyenda muy emocionante que acontece el 28 de diciembre de 1895, en el salón hindú del Hotel Royal, en el Boulevard de las capuchinas en la ciudad de París, en Francia. Dicho de otra manera, durante la primera proyección cinematográfica. Entre las múltiples personas que habían pagado su entrada estaba (aunque nunca se pudo confirmar ni siquiera en las memorias de la persona en cuestión), o quiere la leyenda que estuviese sentado entre el público alguien que iba a ser muy importante en la historia del cinematógrafo: George Méliès. La persona que iba a convertir al cinematógrafo en algo fuera del alcance de lo que los mismos hermanos Lumière habían imaginado. Es decir, que no iba a pensar en el cinematógrafo como un avance de la fotografía sino, muy por el contrario, como un avance de la magia, del ilusionismo. Que no iba a pensar en el cine como un instrumento de lo real, pero sí como un instrumento de la fantasía, de la magia de lo artificial, del artificio. Cuentan que George Méliès fue viendo los diferentes cortos que se le presentaban. Uno tras otro, con mayor o menor interés, hasta que llegó el tercer corto: el almuerzo, el célebre almuerzo del bebé. Alguien podría decir el primer video familiar. La leyenda quiere que cuando Méliès vio este video en lugar de fascinarse con las muecas de la pequeña niña y de sus padres y de la señora, etc., dijo la siguiente frase: "¡Qué maravilla! Las hojas del árbol de atrás se mueven". ¿Qué notó Méliès? Probablemente algo de lo cual después no iba a hacer mucho uso él mismo, pero que era una noción extraordinaria del cinematógrafo, que es narrar incluso aquello que no se propone narrar. Es decir, narrar aquello que no figuraba en sus planes directos. Lo que después, mucho tiempo después, Walter Benjamin iba a llamar "inconsciente óptico".La leyenda quiere que cuando Méliès vio este video en lugar de fascinarse con las muecas de la pequeña niña y de sus padres y de la señora, etc., dijo la siguiente frase: "¡Qué maravilla! Las hojas del árbol de atrás se mueven"O sea, algo que el cinematógrafo filma o de lo que el cinematógrafo da cuenta aun sin saber que está dando cuenta. De alguna manera la capacidad del cinematógrafo de lidiar con el azar y con lo imprevisto.Hay una película muy conocida, también francesa, de Robert Bresson, Un condamné à mort s'est échappé ou Le vent souffle où il veut (1956). El subtítulo de la película, en español, es El viento sopla donde quiere. Esa frase parecería ser una frase casi eslogan, como para tatuarse. Yo creo que si los cineastas debiéramos tatuarnos algo sería esa frase: el viento sopla donde quiere. No todo está bajo nuestro control y está en nosotros abrir nuestros films a esa escasez o a esa posibilidad del control. Ahora, si queremos filmar el viento que sopla donde quiere, para ello vamos a necesitar de nuestras aliadas las plantas, que no solamente sirven para generar líneas rectas sino para bailar a partir de lo imprevisto, a partir de ese tipo de mecanismos que suceden cuando el viento quiere y sopla.* * *Nunca me va a dejar de asombrar lo fértil que es La sortie de l'usine Lumière à Lyon (1895), la primera obra cinematográfica de la historia, para analizar el cine posterior. Hay algo interesante si uno lo piensa en relación con los animales. Desde luego aparecen las dos especies que serían más fértiles para pensar el cine. Aquellas que a lo largo del cine lo acompañarán de una manera más conspicua, como los grandes animales del cine. En ella, aparecen primero el caballo y después el perro. Dos animales importantes en la vida de los hombres.Ahora, si queremos filmar el viento que sopla donde quiere, para ello vamos a necesitar de nuestras aliadas las plantas, que no solamente sirven para generar líneas rectas sino para bailar a partir de lo imprevisto, a partir de ese tipo de mecanismos que suceden cuando el viento quiere y sopla¿Qué rol ocupan los perros en las películas modernas, realistas? Uno podría decir que se ocupan de destejer la narración. La presencia de los animales pequeños, los perros sobre todo (movedizos, etc.) suelen ocuparse de generar una suerte de mecanismo que tiende a destejer la ficción. Los perros, a diferencia de los actores, están siempre bien. Es decir, un perro nunca actúa mal. Y efectivamente eso es lo interesante, ¿por qué? Porque hace algo que nadie puede hacer, imagínense lo difícil que sería llevar adelante esa especie de actuación totalmente desordenada y siempre cómica que implican los perros [â?¦] John Ford quizás sea la persona que mejor haya filmado caballos en su vida y que mejor haya filmado caballos en la historia del cine. De hecho, tiene una famosa frase con la que define el cine: "El cine es filmar un caballo atravesando el horizonte". En otro momento dijo: "No se olviden que las primeras películas fueron ensayos de Muybridge sobre caballos en movimiento". Se refiere a los famosos ejercicios de la escuela de Britton, de Leland Stanford sobre caballos en movimiento. [â?¦] Uno de los críticos más encantadores de la historia del arte y que con más gracia pensó el siglo XX, Élie Faure, tiene un libro sobre cine muy bueno llamado La función del cine. Fue escrito en 1918, pocos años después de la filmación de los primeros cortos de Louis Feuillade, a los cuales le dedica mucho interés. Faure dice que el cine está llamado a recuperar el lugar de la danza, arte central que ha acompañado a los hombres desde siempre. Es decir, el arte del cuerpo en movimiento, el arte del cuerpo en relación con el espacio. La danza antes de estar encerrada en teatros era un arte del espacio abierto en donde el cuerpo se relacionaba con el mundo. Faure dice que el cine está llamado a devolver a la danza ese lugar, esa posibilidad de integrar todos los elementos en una especie de movimiento coordinado, de movimiento donde es el mundo entero el que danza
El evento, que tuvo su presentación en la Biblioteca Córdoba, se llevará a cabo este año el viernes 13 de junio en diferentes espacios de toda la Provincia. El lema previsto será "Palabras que heredan el pasado, construyen el futuro", celebrará también el Día del libro y el Día del escritor en nuestro país. Leer más
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«Se muere este año, así, pum». «Ay, papá». «Sí, tu papá tiene razón, el gordito no pasa de este año, explota». El juego de fin de año se había salido de control y Rafael lo festejaba con picardía. Había surgido con la espontaneidad con la que se enhebran los temas de sobremesa y el tío Ricardo se había envalentonado después de la segunda sidra. «Vamos, a ver, quiero muertos», los había alentado Rafael mientras buscaba complicidad en Johana. «Vamos, hija, participá, vos también, Laura». Pero Laura trataba de mantenerse en el rol de madre seria y no alentar las ocurrencias de su esposo. «¿Sabés quién se nos va? El de la estación de servicio, el dueño, el pelado». En la mesa todos se miraron hasta que Eric saltó desde el otro lado con una respuesta: «¿César? ¿César D'emico?». Rafael anotó imaginariamente en la servilleta el nombre y no dudó en fruncir toda la cara con extrañeza cuando Eric siguió hablando. «Papá, ya que estás anotando, anotá que este año me vas a comprar un auto». Rafael se rio forzadamente con tres «Ja, ja, ja» como si imitara a un villano en una película del cable. «Pero papá, dale, tenés una concesionaria». Rafael pensó un segundo y se apoyó en su esposa, que le alejaba la copa de sidra que había motorizado el alboroto: «Laura, corregime si me equivoco, ¿los autos los regalamos nosotros?». Johana se rio de la ocurrencia y recibió el guiño de Rafael: «Jo se ríe, el tío se ríe, estás solo en esta Eric».Del otro lado de la mesa, Eric se hizo bolita y se escapó hacia la cocina. Marina amagó con seguirlo pero antes aprovechó el envión y atragantó a Ricardo: "Papá, ya que estamos, el viaje de egresados a Brasil, digo, ¿pensaste algo?». «¿Sabés quién se nos va? El de la estación de servicio, el dueño, el pelado». En la mesa todos se miraron hasta que Eric saltó desde el otro lado con una respuesta: «¿César? ¿César D'emico?». Rafael anotó imaginariamente en la servilleta el nombre y no dudó en fruncir toda la cara con extrañeza cuando Eric siguió hablandoEl tío Richard no supo dónde meterse. Su hija lo había estado persiguiendo toda la semana con una definición y él, entre escapes y excusas, había evitado el tema. «Tu primo quiere un auto, vos un viaje, es la mesa más cara del mundo». «Sí, volvamos a apostar sobre quién se nos muere este año», dijo Rafael y sacó a su hermano del apuro. «A ver ustedes, ¿qué dicen?». Al lado de Johana estaban las estrellas de la mesa y no porque fueran famosos o inteligentes o particularmente atractivos, sino porque a donde iban hacían más ruido que el tío Ricardo intentando disimular su borrachera: Lucio con sus pelos en la cara y Camilo con sus salidas ocurrentes rodeaban a Johana y no veían la hora de sumarse a las necro-adivinanzas. No habían sido invitados, no formalmente, pero ahí estaban. Pudiendo haber pasado cada uno el fin de año con su familia y después salir a encontrarse con Johana por el barrio, o en una casa, o en un punto común como la estación de servicio de César D'emico, ellos se habían auto invitado y nadie se había opuesto. Laura estaba acostumbrada a que el trío conformado por su hija y esos dos fueran y vinieran entre la pileta de su casa y Dios sabe dónde. Los tres habían compartido el jardín de infantes, el primario y ahora la escuela secundaria. Eran inseparables con todo lo bueno y lo malo, y lo malo no era tan malo, pero significaba tenerlos ahí sentados metiéndose por las espaldas las pelotitas de chocolate y las migas que daban cuenta de lo que había sido una cena arrasada.Al lado de Johana estaban las estrellas de la mesa y no porque fueran famosos o inteligentes o particularmente atractivos, sino porque a donde iban hacían más ruido que el tío Ricardo intentando disimular su borrachera: Lucio con sus pelos en la cara y Camilo con sus salidas ocurrentes rodeaban a Johana y no veían la hora de sumarse a las necro-adivinanzas«A mí anotame con un voto para el gorditoâ?¦ estamos hablando del que conduce el noticiero de Canal 12 a la noche, ¿verdad?», quiso saber Lucio. «El mismo, o muere o le revienta un botón de la camisa y mata a un camarógrafo», dijo Rafael y le sacó la sidra a Laura y se sirvió un poquito más. «Y César también, ojo ahí, quizás le exploten los bolsillos y tengamos otra lamentable víctima», se sumó Camilo al juego y le metió pelotitas de chocolate a Johana por la espalda. «Sí, hizo plata con la estación de servicio, eh». La esposa de Ricardo no era de hablar mucho pero sí de hacer comentarios que no aportaban nada. Ese fue un claro ejemplo. «Y sí, si con una estación de servicio no hace plataâ?¦ es la única del barrio», acotó Ricardo. «¡Justo el otro día vino a verme!», sumó Rafael en tono de chisme. «¿Va a cambiar el auto?», quiso saber Laura. «Linda, ¿viste el Mercedes-Benz que maneja? No lo va a cambiar por uno de los nuestros; vino a averiguar por un auto para la hija». «Para Catalina», reaccionó al instante Lucio y supo lo que venía a continuación: «Le hablaron de la novia», «Ojo ahí, uno que muere de amor», «Ah, pero qué rápido activa cuando se la nombran». Johana y Camilo aprovechaban cada ocasión para recordarle a Lucio el día que se mostró interesado en Catalina. Habían pasado dos años de ese momento y el chiste jamás terminaba y no había vez en que Lucio no se escondiera detrás de los pelos que le caían sobre la cara para ocultar la vergüenza de haberse puesto colorado.«Bueno, bueno, tenemos al gordito». «No está tan gordito, papá». «Está llenito, hija; tenemos al gordito de Canal 12, a César que no sé por qué pero lo nombraron todos yâ?¦ ¿sumamos a alguien más?». Hubo un silencio de un segundo y Camilo lo aprovechó: «A mí me duele un poco la panza, no sé si fue la comida o qué, pero pueden anotarme». La humorada no le hizo gracia a Johana, que se le erizaban los pelitos de los brazos con esos comentarios, ni a Laura, que se sintió ofendida: «La comida estaba perfecta, si te duele es por comer esos chocolates». Camilo se apuró a llevarse más pelotitas de chocolate a la boca, pero tiró la mitad al suelo. «Sale plata eso, digo, por si no te molesta», lo apuró con ironía Rafael. «Dinero que se podría usar en comprar un auto o pagar un viaje, hermano», se le unió Ricardo mientras se servía más sidra. «¿Entonces me pagás el viaje?», saltó Marina desde su silla. «Lo voy a meditar con la copa espumante», le dijo y disfrutó verla irse hacia la cocina, un poco harta de las excusas financieras que recibía. Rafael se incorporó y repasó el listado: «Lo tengo al gordito que me dicen que no es tan gordito; a César que esperemos que no se entere de esto así me compra el auto; a Lucio». «¡No, papá, él es Camilo, este es Lucio!», lo corrigió Johana, como tantas otras veces. «Ah, bueno, perdón, los anoto a los dos. A Camilo, que me desperdicia los chocolates y a Lucio, que está de novio pero le da vergüenza». Lucio estaba a punto de estallar, nuevamente, del calor que le salía de los cachetes por tanta vergüenza, cuando fue salvado por la campana. Una penumbra lúgubre recorrió la casa con una velocidad tal que solo podía significar una sola cosa: se había cortado la luz.«Al ministro de Energía no habría que matarlo, pero sí echarlo», dijo Rafael, harto por los cortes de luz y las bajas de tensión que habían sido una constante desde el inicio del verano y que ni la mesa de Año Nuevo había podido esquivar. «Sí, no llega a marzo», acotó Lucio sobre el futuro del funcionario y protegido por la oscuridad. «Ay, nuestro analista político», lo burló Johana. «Callate, zopenca». Laura llegó enseguida con algunos platos con velas, que repartió a lo largo de la mesa. «Parece una sesión de espiritismo, mamá». «Ay, Johana, levanten los chocolates del piso en vez de decir tantas pavadas». «Nosotros no tiramos nada, Laura», se defendió Camilo. «Sí, hacete el santo». Camilo y Lucio se pararon para juntar todo lo que habían tirado cuando de pronto Johana aprovechó y, en el descuido, les metió al mismo tiempo a los dos más pelotitas de chocolate por la parte de atrás de sus remeras. Los dos largaron un grito agudo, como si lo hiciera una mujer, y Ricardo se vino abajo de la risa. «Se ríen como nenas estos dos». «Al ministro de Energía no habría que matarlo, pero sí echarlo», dijo Rafael, harto por los cortes de luz y las bajas de tensión que habían sido una constante desde el inicio del verano y que ni la mesa de Año Nuevo había podido esquivar. «Sí, no llega a marzo», acotó Lucio sobre el futuro del funcionario y protegido por la oscuridadDe pronto, un relámpago los invadió y una multiplicidad de sonidos de electrodomésticos encendiéndose se expandió por toda la casa. Rafael miró para todos lados y sonrió con ironía: «Ah, volvió la luz, no echen al ministro todavía».* * *«¿Quiénes serán los que se van a morir?». «El gordito de Canal 12 tiene todos los números». Lucio y Camilo caminaban por el borde de la pileta a toda velocidad, en una carrera por llegar lo antes posible al otro extremo para agarrar la pelota de plástico que flotaba en el único lugar donde no daba el sol. Era la primera vez que alguien se refería al juego de sobremesa. Johana se había olvidado, aunque un poco recordaba el mal augurio que le había dado esa lista un tanto lúgubre hecha entre copas. Sentada en el borde, se paró rápidamente para esquivar la carrera de ambos y buscó dónde podía echarse sin que la molestaran.«Mientras no sea yo», dijo Camilo para responder a la pregunta de Lucio. Johana prefirió no escucharlos, se sentó en el otro extremo, se tiró los pelos mojados hacia atrás y se acomodó la parte de arriba de la malla. Las necro-adivinanzas no le importaban. No, para nada. De hecho, la mayor parte de la cena había estado más preocupada atajando los embates de garrapiñadas voladoras que le tiraban Camilo y Lucio que escuchando las especulaciones sin sentido de su papá. Sin proponérselo, pero un poco sí, se había prometido que ese verano se iba a relajar e iba a dejar que las preocupaciones del año quedaran atrás. [...] Entonces se cansó de pensar, se sumergió y salió del otro lado de la pileta. Se acomodó otra vez la parte de arriba de la malla para evitar accidentes, se agarró del borde y sintió tres estruendos imparables, de esos que asustan a los pájaros y parten a la mitad al verano. Lucio y Camilo interrumpieron su pelea sobre las mejores heladerías y miraron hacia la puerta. Se pararon velozmente en el borde y Johana notó cómo tenían las mallas pegadas al cuerpo, pesadas, casi como si estuvieran tatuadas. Fue entonces que salió del agua, corrió hacia una toalla y se envolvió al trote, como pudo. No llegó a pisar el pasto que escuchó cómo su mamá abría la puerta de la calle.Los tres corrieron hasta la casa, entraron por la cocina y sintieron bajo sus pies los cerámicos helados. La televisión estaba con el volumen bajo y mostraba desde el silencio a una periodista en pleno centro de la ciudad, bajo el sol imparable, en la entrada de un edificio, acompañada de una batería de luces de ambulancias y bomberos. Ninguno se detuvo. No lo hubiera hecho por nada, porque los gritos imposibles de Laura brotaban desde la calle. Por eso apuraron el paso, apenas frenando para no patinarse con el agua que ellos mismos chorreaban. Una mujer gritaba a lo lejos mientras Laura la intentaba contener. Los gritos que habían escuchado no habían sido de Laura, sino de esa vecina envuelta en el pánico. Por eso Laura se había dividido en dos: con una mitad del cuerpo la abrazaba y con la otra hacía señas a Johana, Camilo y Lucio para que volvieran a entrarSalieron a la calle y fueron acribillados por el sol. El calor pegaba sin reparo y los rayos de la tarde eran indomables y calentaban el pavimento con furia; se podría haber hecho un huevo frito sobre la vereda. Y todo se calentaba más con la escena montada ante todos ellos.Una mujer gritaba a lo lejos mientras Laura la intentaba contener. Los gritos que habían escuchado no habían sido de Laura, sino de esa vecina envuelta en el pánico. Por eso Laura se había dividido en dos: con una mitad del cuerpo la abrazaba y con la otra hacía señas a Johana, Camilo y Lucio para que volvieran a entrar. Pero era imposible: la escena era demasiado espectacular como para obedecer. Es que ahí, tirado en el medio del asfalto, yacía César D'emico. Tenía los ojos bien abiertos, como si no hubiera tenido tiempo de cerrarlos cuando la muerte llegó. La sangre le salía por arriba del pecho a través de la camisa blanca, le mojaba la cadena de oro y terminaba en el cordón de la vereda. Apenas se diluía con el agua que caía de los tres amigos. Johana le miró la cabeza. Tenía los ojos grandes y duros, como si fueran de vidrio; las cejas apenas levantadas, como si estuviera sorprendido; y la boca cerrada, como si no tuviera nada para aportar. «Ufff», le escuchó decir a Camilo. No hubo más que decir. Las únicas palabras que se escuchaban eran las órdenes de Laura, que pedía que alguien, quien fuera, llamara a una ambulancia. La pobre no se animaba a soltar a la vecina, ni a acercarse al cuerpo y mucho menos a ir a apagar el motor del Mercedes-Benz de César, que seguía en marcha. Pero algo nació de ella que la hizo volar unos metros, agarrar a los tres amigos del brazo y empujarlos hacia adentro. Después, cerró la reja y movió la cara hacia un costado, con gesto de asco, al darse cuenta de que había quedado a solas con el cuerpo. Pero Johana, Camilo y Lucio no iban a perderse ni un minuto de todo eso. Ni bien entraron se agazaparon detrás de la ventana, congelados por las gotas que les caían por las piernas. Un charco se formaba debajo de ellos, un charco de agua, diferente al que habían visto debajo César. Entre las plantas del jardín, la reja y el mar de gente que se empezó a juntar fue difícil recabar detalles. Sí pudieron apreciar cuando llegó la policía y hasta el momento en que alguien, quizás un oficial, apagó el motor del auto. Fue ahí, con el final de ese ronroneo del Mercedes-Benz, en que los tres se miraron y envueltos por el frío del agua que los recorría se dieron cuenta de que, quizás como un hecho fortuito o quizás como una ironía del destino o Dios sabrá por qué, las necro-adivinanzas habían tenido a su primer ganador.Datos útiles"Amores invisibles" fue editado por Caburé, editorial y librería (México 620, https://caburelibros.ar)
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¿Qué se gana y qué se pierde al repetir, reinterpretar o ficcionalizar un universo tan cerrado, oscuro y coherente como el de Howard Philips Lovecraft (Providence, 1890-1937)? El "horror cósmico", como sería bautizado el género literario del gran escritor estadounidense consagrado a imaginar el ocaso inapelable de la humanidad, no pierde vigencia. Y la razón es simple: el máximo talento intelectual y artístico de Lovecraft fue captar que, en la bisagra entre los siglos XIX y XX, las grandes esperanzas de la modernidad no madurarían precisamente bajo nuevas formas imbatibles de prosperidad, progreso y comunión colectivas. Por el contrario, sus frutos más notorios serían oscuros y violentos, segregacionistas y genocidas. Y como diría el novelista Michel Houellebecq, uno de los más astutos lectores contemporáneos de Lovecraft, desde entonces las cosas no han cambiado para entonar aleluyas en el siglo XXI.Si Lovecraft sigue entre nosotros es porque sus gritos de terror lúcidos, inmortalizados hace cien años en relatos como "La llamada de Cthulhu", "La sombra sobre Innsmouth" o "En las montañas de la locura" todavía alertan a quienes estén dispuestos a oír que la vida, tal como la experimentamos, es el mal. Esta es la premisa de "El color que cayó del cielo", uno de los relatos que Lovecraft publicó el año anterior a su muerte y que él mismo consideró uno de los más logrados, y que en manos del artista de manga japonés Gou Tanabe (Tokio, 1975) se añade a su extensa saga de adaptaciones de cuentos de Lovecraft que incluye, entre otros títulos, piezas claves como "En las montañas de la locura", en dos volúmenes, y "El morador de las tinieblas".Las adaptaciones de Tanabe, sin embargo, combinan en su virtud una severa limitación: no proponen ninguna reescritura de los textos literarios ni apuestan al experimento de reubicar la célebre mitología lovecraftiana en el interior del mundo japonés. De lo que se trata es solo de representaciones fieles y sin sobresaltos de las mismas imágenes que, en este caso, Lovecraft elaboró por escrito en "El color que cayó del cielo" al narrar la sorpresa, el misterio y la espantosa aniquilación de la familia Gardner a partir de la caída de un extraño meteorito en el jardín de su casa en una granja en la ciudad de Arkham, en 1882. Sin desviarse de las huellas de Lovecraft, Tanabe repite con reverencia dogmática la refinada graduación del relato original, cuyo inicio ubica al lector dentro de las coordenadas de la ciencia ficción para empujarlo más adelante hacia un nudo de terror alrededor de una forma de vida alienígena omnipotente y letal cuya presencia, sin embargo, no tiene otra configuración concreta que un nuevo color. Es esta barrera psíquica, este insuperable impedimento de la mente humana para imaginar un nuevo color lo que, a modo de desenlace, abandona al lector en el abismo existencial del "horror cósmico". Con sus rasgos perfectamente anglosajones y sus costumbres protestantes, los integrantes de la familia Gardner, tal como los dibuja Tanabe, avanzan por los casilleros de excitación, miedo, terror, muerte y resignación, y resuelto el punto esencial de la historia gracias a las ventajas de un cómic en blanco y negro, el resultado solo logrará despertar curiosidad entre quienes no estén familiarizados con la fuerza de la literatura de Lovecraft o con su mensaje.En contraste con el trabajo de Gou Tanabe como respetuoso divulgador del canon literario lovecraftiano, para quienes estén dispuestos a subir un escalón en estas apuestas también existe el trabajo del historietista Alberto Breccia (Montevideo, 1919 - Buenos Aires, 1993). En sociedad con guionistas como Norberto Buscaglia (Buenos Aires, 1945 - 2008), Breccia realizó en su inconfundible estilo adaptaciones a veces muy ajustadas de clásicos de Lovecraft, como "En las montañas de la locura", pero también se permitió sumarse a una larga estirpe de escritores, guionistas, dibujantes, directores de cine y más tarde creadores de juegos de rol y videojuegos dispuestos a expandir y vivificar este universo narrativo. Este es el caso de Los mitos de Cthulhu, publicado por primera vez en 1974 y reeditado periódicamente en distintos idiomas, donde Breccia reelabora a partir de los relatos de Lovecraft asociados al ominoso dios estelar Cthulhu, el núcleo de sus primeros cuentos de "horror cósmico", un mundo inconfundiblemente lovecraftiano pero que no resigna un registro propio, gracias al cual lo tenebroso y lo enloquecedor aportado por la literatura adquiere matices visuales que, gracias al dominio expresivo del blanco y negro en manos de Breccia, se vuelve más siniestro e inquietante.Con el mismo espíritu, es el hijo de Alberto, el historietista Enrique Breccia (Buenos Aires, 1945), quien en Lovecraft, publicado en los Estados Unidos en 2003 y reeditado en castellano por Hotel de las Ideas un tiempo atrás, anticipándose a lo que con una brillantez distinta haría casi una década después el guionista británico Alan Moore en Providence (2015), ofrece un auténtico salto creativo más allá de la fuerza gravitacional del escritor para convertirlo a él mismo en un personaje de ficción. A partir de un guion cinematográfico de Hans Radionoff adaptado al cómic por Keith Giffen, Breccia ilustra así una biografía imaginaria de Lovecraft dispuesta a develar (en clave lovecraftiana) el terrible secreto detrás de su exótica personalidad, que además de impedirle estudiar, trabajar y sostener su único y breve matrimonio con Sonia Greene, lo forzó a vivir hasta el último de sus días entre las conservadoras fronteras de Providence, una de las ciudades más antiguas de los Estados Unidos. ¿Y si el carácter fóbico, la misantropía e incluso la particular misoginia del autor que murió de manera repentina a los 46 años pudiera explicarse a partir de su heroico intento de salvar a la humanidad de la llegada de los Primordiales, los extraterrestres que en sus cuentos son capaces de borrar el mundo y la vida mediante el solo acto de presentarse? "La única persona que podría decirnos con seguridad si esta es o no una obra de ficción es el propio Howard", escribe el cineasta John Carpenter en el prólogo de Lovecraft. El misterio es un buen anzuelo para los nuevos lectores, aunque lo seguro es que Lovecraft no persiste por sus monstruos, sino por insistir a través del tiempo con una verdad incómoda: nuestro horror más profundo es descubrir que el universo no tiene lugar ni resguarda ningún sentido privilegiado para la existencia humana.El color que cayó del cieloPor Gou TanabePlaneta Cómic. Trad.: Maite Madinabeitia 186 páginas, $ 17.900LovecraftHans Rodionoff, Keith Giffen y Enrique BrecciaHotel de las Ideas144 páginas$ 21.000
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¿Cómo llegamos a tener tantos niños analfabetos en una sociedad sobreestimulada e hiperconectada, que reboza de herramientas y estímulos para el aprendizaje?
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No tengo nada bueno que decir de este libro: su trama es rebuscada, su ritmo es lento, sus personajes son poco atractivos. Leer más
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La selección de cuentos de Alejandro Apo en Donde quiera que estés.
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El autor y exdirector de la Biblioteca Nacional leyó 26 páginas que le dedicó a Roberto Fontanarrosa.Valoró la lectura y a los lectores y dio cuenta de una supuesta dolencia que produce la pérdida de la vergüenza.El discurso completo acá.
La selección de cuentos de Alejandro Apo en Donde quiera que estés, en la AM 750.
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En el inicio de la pandemia de Covid, el filósofo esloveno Slavoj Žižek (Liubliana, 1949) afirmó que el sistema capitalista mundial no saldría vivo de la crisis. "Después, muchos se rieron de mí", escribe ahora en Demasiado tarde para despertar, su nueva recopilación de ensayos. "El capitalismo no solo contuvo la crisis, sino que la explotó para fortalecerse. Sin embargo, sigo pensando que yo tenía razón. En los últimos años, el capitalismo global ha cambiado tan radicalmente que algunos ya ni siquiera lo llaman capitalismo al nuevo orden emergente, sino tecnofeudalismo corporativo". Žižek acierta al señalar que el capitalismo neoliberal de hace un lustro ya no existe. Pero el punto es que la versión tecnofeudal del capitalismo actual, donde los mercados y las democracias aceleran sus adaptaciones y ajustes a las necesidades de los "señores" de Silicon Valley, no augura menos desigualdades que antes para los "siervos" en las pantallas. Desde esta perspectiva, La consagración de la autenticidad, el nuevo ensayo del sociólogo francés Gilles Lipovetsky (Millau, 1944), ensambla con claridad una parte sustancial de sus ideas a las de Žižek. Si las masas proletarias ahora digitalizadas experimentan lo que parece ser un retroceso como un avance, es porque se ha consagrado como núcleo de una cultura del simulacro virtual la ilusión de que, como individuos, siempre podemos "expresar nuestra singularidad gobernándonos a nosotros mismos", escribe Lipovetsky. A partir de ahí, ya no resulta extraño para casi nadie el catálogo de observaciones críticas sobre el "emprendedurismo", la "sociedad del rendimiento" y la "estetización del consumo", entre otros tópicos habituales en una realidad dominada por narcisismos analógicos y algoritmos digitales. Pero ¿exactamente acerca de las realidades de qué mundo en común hablan casi al unísono dos pensadores tan distintos como Žižek y Lipovetsky?Mientras Žižek analiza el desencanto europeo desde una perspectiva de izquierda, Lipovetsky lo hace desde el liberalismo clásico. Pero ambos coinciden en que Europa atraviesa una crisis de sentido, un fenómeno que Peter Sloterdijk denominó alguna vez "el misterio de las aspiraciones realizadas". Ahora bien, esto tampoco sería una novedad si los efectos inmediatos del tecnofeudalismo, entendido como un sistema socioeconómico en el que el poder y la riqueza están concentrados en las grandes corporaciones tecnológicas con sede en los Estados Unidos y China, y con modos de dominación inéditos, no hubieran desplazado a Europa a una posición todavía más alejada que antes de las grandes disputas culturales y políticas por el futuro.Para Žižek, por ejemplo, ninguna discusión sobre las relaciones entre los espacios públicos y privados adquiere un real sentido si no se circunscribe a las permanentes tensiones geopolíticas (en este caso, tecnológicas) entre Washington y Pekín. Frente a este escenario, incluso la guerra entre Rusia y Ucrania es poco más que un conflicto tangencial sobre el que vuelven a reflejarse poderes con intereses mucho más allá del territorio europeo y su crisis de identidad. "¿No es la tibia respuesta de muchos europeos a la guerra una prueba, precisamente, de que Europa prefiere una idea difusa de los derechos humanos sin compromisos firmes, de que la única 'ética' que es capaz de practicar es la ética de la autovictimización, de dudar del propio derecho a actuar?", se pregunta Žižek en Demasiado tarde para despertar.Desde una perspectiva ideológica, estas reticencias europeas ante la Rusia de Vladimir Putin se desnudan por los efectos de la (hoy algo alicaída) "cultura woke", cuya alerta frenética durante la última década en torno a cuestiones exclusivamente simbólicas dirigió las críticas hacia asuntos "descafeinados" como las "prácticas patriarcales", pero se mantuvo dormida ante controversias estructurales más profundas. En este punto, las miradas de Žižek y Lipovetsky encuentran un objeto de interés común: las paradojas de la "hiperindividualización".Para el autor de La era del vacío, la "hiperindividualización" es un estado subjetivo masificado que se deriva de una cultura tecnológica, social y económica que "sobremultiplica e hiperboliza la autenticidad" hasta normalizarla e institucionalizarla. Lipovetsky reconoce en La consagración de la autenticidad que eso no es en sí mismo negativo, y con buenos argumentos defiende el papel emancipatorio del capitalismo de consumo como un instrumento para la "consagración de la libre determinación" del individuo. Sin embargo, también detecta que, lejos de promover una emancipación política, este "derecho a ser sí mismo como sujeto individual" conduce a la victoria de una ideología fuente de cerramiento sobre sí mismo, "una nueva catequesis portadora de oscurantismo y con una definición cada vez más estrecha y restrictiva de sí". Lo que este proceso destila, finalmente, es lo que Lipovetsky llama una "autenticidad tóxica", en ocasiones dispuesta a actuar contra los mismos fundamentos liberales que en el pasado le dieron su origen, y que hoy están bajo un severo ataque "populista" que exacerba "pasiones xenófobas, proteccionistas y nacionalistas".Aunque Lipovetsky casi nunca extiende el radio de sus observaciones más allá de los centros urbanos de Francia, no es difícil identificar en su caracterización de una "vergüenza de ser víctima que se ha transformado en orgullo identitario" un diagnóstico similar al que Žižek ubica en medio de la catastrófica defensa de Europa "en la presente lucha mundial por la influencia geopolítica". Aún así, donde Žižek sueña con un "comunismo de guerra" como mecanismo activo de defensa en favor de los bienes "comunes" de la humanidad hoy amenazados por las nuevas reglas del mercado y la democracia, Lipovetsky llama a "deconstruir la fe ciega en las virtudes de la propia autenticidad" como paso inaugural para los retos colectivos de la época.De una u otra manera, sin embargo, tanto Žižek como Lipovetsky coinciden en una paradoja central: en su intento por reafirmar su identidad, Europa está atrapada en un simulacro donde la autonomía individual es tan celebrada como políticamente estéril, y donde el ideal democrático cede frente a nuevas formas de sometimiento. Ante un tecnofeudalismo que redefine las estructuras de poder y una "autenticidad tóxica" que refuerza el repliegue sobre sí mismo, la identidad europea tambalea entre la inacción y la nostalgia, sin hallar un horizonte que reconcilie su herencia ilustrada del pasado con las alarmas de disolución del presente.Demasiado tarde para despertarPor Slavoj ŽižekAnagrama. Trad. Damiá Alou217 páginas, $ 27.200La consagración de la autenticidadPor Gilles LipovetskyAnagrama. Trad.: Cristina Zelich423 páginas, $ 32.000
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